Ninguno de nosotros es inmune al atractivo del dinero. Por mucho manual de autoayuda que nos recuerde con toda razĆ³n que nunca da la felicidad, seguimos venerando a este papel sobado porque nos da la posibilidad de realizar muchos de nuestros deseos: una casa mĆ”s grande, un viaje alrededor del mundo, una universidad de prestigio para nuestros hijos…. Pensamos que la vida son tres dĆas y el dinero nos ayudarĆa a hacerlos inolvidables a pesar de que buena parte de la felicidad resida en desear las cosas, no en tenerlas. Ser consciente de todo ello no resta un Ć”pice mis ganas de ganarme una loterĆa. La teorĆa me la sĆ© muy bien, pero una vez mĆ”s es mi perrita Frida la que se encarga de darme la lecciĆ³n prĆ”ctica. ĀæDĆ³nde reside la autĆ©ntica felicidad para ella? Pues en una simple galopada por el campo, un baƱo en un riachuelo, retozar en el cĆ©sped, dormir en mis brazos, ir a ver a la āBueliā, recibir la visita de Montse y Blanca, o los amigos y familiares de Madrid y Canarias a los que siempre recuerda por mucho tiempo que pase sin verles. PequeƱas cosas que no cuestan dinero y de las que la condenada disfruta sin mĆ”scaras y sin aƱoranzas del pasado ni expectativas de futuro.
Pero esta pequeƱa teckel entradita en carnes con una intuiciĆ³n propia de su especie todavĆa tiene guardada en la manga su lecciĆ³n mĆ”s magistral; su afecto y afĆ”n de protecciĆ³n se activan en una versiĆ³n mĆ”s intensa ante mi cuƱada Helvia, una preciosa mujer con parĆ”lisis cerebral a la que vamos a ver cada fin de semana al centro de discapacitados donde reside. Al llegar en coche siempre nos invade la tristeza de saber que lo que nos vamos a encontrar no mejorarĆ” nunca. Frida en cambio comienza a batir el rabo desde que pasamos el peaje para entrar en Alella. A medida que nos aproximamos comienza a gemir como siempre hace cuando no puede aguantarse las ganas de llegar. Es feliz. Entra por la puerta ladrando y buscando a Helvia, y no descansa hasta que la cogemos en brazos para que pueda darle lametones y recostarse en su pecho para que pueda sentir su cariƱo. Cuando se calma un poco se sienta junto a ella y es el Ćŗnico momento de su vida en el que ni un gato huidizo ni un filetazo de kobe serĆa capaz de hacerle bajar la guardia y olvidarse de Helvia.
Me sorprende que su pequeƱa y bĆ”sica cabecita tenga tan claras sus prioridades y admiro que, ademĆ”s, su devociĆ³n no sea producto de la mala conciencia o la pena, me alucina su actitud alegre, eufĆ³rica, su incondicionalidad, la ausencia de prejuicios ante todos los que formamos parte de su vida y, de entre todos nosotros, ese plus de perrunidad (lo siento, pero humanidad se me queda corto) que demuestra ante un ser frĆ”gil como Helvia.
Raquel Artiles Gaillard, periodista @Reichelini